Orgías de un espantajo que repite más que el ajo


La naturaleza quiso
que éste fuera Mono Liso.

Viéndole así de cachondo,
hay quien le llama el Giocondo.

Aunque tal vez Leonardo
prefiriera un oso pardo,

para sesiones de pose
el más pintado es don Jose.

Harto de tanto posar,
se ha querido desposar.

Merced a su santa esposa,
el guerrero al fin reposa.

Pero el destino, sin tino,
a veces nos agua el vino:

su consorte sólo deja
que le acaricie la almeja

viernes, sábado y domingo,
igual que si fuera un bingo.

Al ponerle, en el reparto,
todas las peras a cuarto,

le ha vaciado el delantero
y atiborrado el trasero.

Como Moisés a su hermano,
se acusa a sí mismo en vano:

“Te has labrado, vil Aarón,
tu propia condenación.

Tu mujer te ha puesto a prueba,
hijo de la infausta Eva.

¡Ay, qué digo, madre mía!
¡Si soy Hijo de María!”

Se acerca al reclinatorio
que aloja en su dormitorio

y al punto que se arrodilla
se le enciende la bombilla.

“Tate”, exclama de repente:
“simulo un leve accidente

y designo a tal o cual
como alcalde accidental.”

Cada jueves por la tarde,
como el horno está que arde,

cumplidos los requisitos,
se larga a hacer sus pinitos.

Cuando pisa suelo galo
se le pone en ristre el falo,

y es que, lejos del fandango,
en París le espera el tango.

Pese al mal francés que tiene
y a su impresentable pene-

tración en esta cultura,
nuestro macho no se apura,

ya que su pareja es
ducha en eso del francés.

Una vez en el hotel,
ella seduce al novel,

le tiende sobre el sofá,
canturrea un tralalá,

le saca como al desgaire
los atributos al aire...

Y, antes que él grite: “¡Socorro!
¡Los bomberos, que me corro!”,

corro yo un tupido velo
sobre este pichón en celo.

Ya limpio de polvo y paja,
vuelve el lunes y trabaja.

¿Trabaja? Bueno, colijo
que echa un vistazo al cortijo,

donde espera que de nuevo
llegue el jueves y el relevo.

* * *

Todas/todos, memas/memos,
juntas y juntos votemos

al muermo que no se sacia,
y ¡arriba la memocracia!